La violencia invisible. El maltrato animal en la infancia como factor criminógeno y pautas para su prevención (II parte)


Nathalie de la C. Miret Gonzalez
Profesora Instructora Adjunta de Derecho Penal y Criminologia Facultad de Derecho UH.


Maltrato animal, ¿juegos de niños o campanas de alarma?


La conducta social de cada individuo viene desarrollada mediante un proceso de socialización a lo largo de la vida, por el cual el sujeto adquiere las habilidades, roles, expectativas y valores del grupo socio-cultural al que pertenece. Mediante el mismo el sujeto adquiere los conocimientos indispensables para convivir adecuadamente en su microambiente, siendo además un mecanismo reciproco entre él y la sociedad.

Parte de ese proceso de socialización viene dado por las relaciones entre el niño y los animales, recibiendo los primeros desde edades tempranas el contacto con aquellos, a través de imágenes o materiales audiovisuales o didácticos de cualquier tipo e incluso contacto directo, pues muchos infantes conviven desde pequeños con una o varias mascotas. Es así que aprenden a desarrollar su autoestima y también cierta empatía y afecto incondicional hacia otros individuos.

No obstante, existen familias disfuncionales o problemáticas en las que los niños pueden aprender que los animales pueden ser maltratados y que, de hecho, está bien hacerlo, siendo la conducta agresiva aceptable en todas las esferas. En estos casos, los niños pueden llegar a identificarse con el agresor, adoptando ese rol, situaciones estas en las que la crueldad hacia los animales puede estar relacionada con la violencia doméstica, abusos de diversos tipos, acoso, entre otros.

A menudo, la violencia hacia los animales responde a venganzas contra otros miembros del grupo social o familiar, sobre todo por parte de hombres que maltratan a sus parejas e hijos. En la mayoría de los casos, es incluso el padre quien regala la mascota a la mujer o al hijo, para poder manipularlos y ejercer su poder a través de aquella.

En este punto, comenta Larrain (2002) que las primeras experiencias violentas de los seres humanos se dan en la familia, a partir de la concepción de la violencia como un medio eficiente para educar a los hijos, con lo que se interioriza la idea de que es esta un mecanismo legítimo para resolver conflictos y expresar los sentimientos de malestar. Incluso puede llegar a identificarse con preocupación o afecto.

Los niños expuestos a este tipo de situaciones tienden por tanto a ser más violentos, y puede ser esta una forma de expresar su dolor o rabia, propias del proceso de victimización por el que atraviesan, dirigiendo entonces en una primera etapa esos sentimientos hacia seres más vulnerables. De ahí que deba tomarse esta manifestación en la infancia como un signo de alerta, pues el medio familiar o escolar puede estar siendo violento o abusivo, con lo que el estar atentos permitiría además frenar esta situación antes de que cauce un mayor daño en él.

En este sentido resulta interesante la teoría del desarrollo del aprendizaje del comportamiento antisocial, de Patterson, De Baryshe y Ramsey’s, (1989). Esta sugiere que la conducta de estos niños viene modelada por patrones parentales punitivos, la ausencia de habilidades sociales, y la falta de apego; patrones que a su vez son empleados por los menores para controlar a sus animales y posteriormente a otros individuos.

Uno de los ejemplos de criminales que pueden haber pasado por este proceso es el caso del asesino Henry Lee Luccas, quien con solo 10 años fue testigo de cómo su padrastro apuñalaba a una ternera y abusaba sexualmente de ella mientras esta agonizaba. Tres años más tarde, el mismo capturaba pequeños animales y los desollaba por diversión. Entre sus prácticas también realizaba rituales sexuales con estos animales, los que incluían tortura y muerte. En los próximos 30 años, apuñalo, mutilo y asesino a mujeres, siendo reconocido por la criminología como uno de los asesinos más notorios.

Por su parte, Felthous (1980) elaboro una conceptualización psicoanalítica para explicar el impacto del maltrato parental en el niño, refiriendo que este proyectaría su agresividad hacia su maltratador a través del animal, retomando el fenómeno del desplazamiento de la hostilidad ya mencionado. En este orden, cuando un niño es maltratado en el hogar o acosado en la escuela, puede igualmente recrear este comportamiento en animales, como forma de retener el control sobre otro ser vivo menos poderoso, mostrándose apático y desconsiderado hacia el bienestar de otras especies (Guillone et al., 2004).

El hecho de que un niño experimente placer en la sensación de poder que le provoca dominar la vida de otro ser que frente a él está en posición de desventaja, implica que está en proceso de configuración de una personalidad violenta y peligrosa para su entorno y la sociedad en general. El niño siente temor ante una figura que es superior a él en fuerza y edad, por lo que no dirige hacia allí sus frustraciones, lo que no es más que la perpetuidad del comportamiento violento aprehendido.

Al respecto señala Querol (2015), que si un niño puede cometer este tipo de actos, esa amputación emocional trae terribles consecuencias para su personalidad, haciéndole capaz de llevar esa violencia cada vez más lejos. A nivel psicológico, retomando los planteamientos de Margaret Mead, el maltrato animal indica que existen disfuncionalidades cognitivas y/o ambientales en el menor, formas erróneas de interpretar el poder y el control.


De acuerdo a los resultados de los estudios ya comentados, pueden identificarse rasgos comunes en niños o adolescentes que manifiestan este comportamiento. Son niños que pueden llegar a sentirse inferiores, criticados; son rechazados repetidamente, lo que contribuye a su aislamiento social y ruptura de vínculos afectivos con el medio. No reciben la suficiente atención de adultos, y se encuentran física y emocionalmente descuidados.

Acostumbran a violar normas sociales y los derechos básicos de otros humanos y animales. Baja autoestima y elevada susceptibilidad a la presión de otras personas. Poco control de la agresividad física y la ira, comienzan peleas, agreden a otras personas o animales y pueden llegar a auto mutilarse; falta de control de impulsos, y sentimientos d falta de poder.

Muchas de estas características fueron reflejadas, como medio de alusión a la maldad humana, en The Lord of the Flies, primera novela del escritor inglés William Golding, y adaptada al cine en dos ocasiones, en 1963 y 1990. En la misma, se narra la historia de un grupo de niños cadetes de una escuela militar que se ven perdidos y solos en una isla tras la caída del avión que los llevaba de regreso a sus hogares al mar.

Inmediatamente intentan sobrevivir mediante la unión del grupo y la designación de un líder, sin embargo, uno de ellos, sin respeto a norma alguna y sintiéndose excluido, separa al grupo en dos bandos conduciendo a sus amigos a la caza obsesiva de un jabalí, lo que deriva en el desarrollo de un comportamiento totalmente agresivo por todos, culminando en el asesinato de sus rivales.

Prevenir educando. Hacia una sociedad sin víctimas invisibles.
Diversas investigaciones (Querol, 2010; Romo et al., 2011; Álvarez, 2016; Richtel, 2016) han puesto de manifiesto que educar a los niños mediante la transmisión de valores positivos hacia todos los seres vivos del planeta es un elemento muy importante de cara a la prevención de actos crueles contra los animales, facilitando el desarrollo de la empatía hacia los humanos y evitando la comisión de otras conductas constitutivas de delito. En este orden, los programas educativos ayudan a desarrollar el sentido de la responsabilidad y la autoestima.

Es preciso, por ello, la sensibilización de toda la sociedad ante este asunto, de manera que mediante la apelación a la conciencia pública, puedan erradicarse lo comportamientos violentos que son causa y efecto del maltrato animal. La reducción de la violencia entendida como comportamiento impetuoso que viene impuesto como producto exclusivo de una desproporción de poder entre quien la ejerce y quien la padece, es otro aspecto de gran relevancia, por lo que deberán fomentarse una serie de valores en el seno familiar, escolar y social que permitan la convivencia armónica.

La cuota de responsabilidad que les corresponde a las familias en la prevención del delito es innegable, y no puede ser concebida aislada del entorno comunitario, de ahí que las relaciones familia-comunidad posean carácter interactivo, al ser imprescindible el intercambio de esta con el medio social para el cumplimiento de su función socializadora, haciendo aportes a la formación de la conducta de acuerdo a las normas sociales imperantes o generando problemas que se reflejarán socialmente a largo o mediano plazo. Considerado el ambiente familiar como el primer grupo humano con el que se relacionan los individuos desde su nacimiento, se le atribuye el constituir el factor primario e inicial más importante del medio social, por sus posibilidades de influencia desde edades tempranas.

En este ámbito, es de resaltar la función educativa que desempeñan, siendo en el seno familiar donde se modelan las primeras orientaciones del niño, llegando a ser trascedente incluso para jóvenes y adultos, puesto que como ha sido señalado, el proceso socializador abarca toda la etapa vital. Por tal motivo, los métodos educativos que se empleen resultan medios para el estímulo o la sanción de determinados comportamientos, y el referente conductual de los padres posee una amplia significación en este proceso. Se recomienda por tanto, educar en las bases del amor y la armonía, evitando recurrir a métodos violentos que generen una respuesta similar.

Igualmente, el respeto y el amor hacia otras especies y todas las formas de vida debe inculcarse desde el medio familiar.
El trabajo en los centros educacionales, por su parte, juega un rol cardinal en la formación del individuo y la prevención, sin embargo se impone reconocer que el papel de la educación no se reduce a la enseñanza académica, sino que implica que se logre educar, entendido el término como la formación de cualidades morales y éticas indispensables para el logro de una adecuada conducta que fluya a favor de los principios e intereses sociales.

El rol del maestro y la escuela resulta vital en la prevención de los actos de violencia, ya que participan activamente en la formación de valores, ideales y normas de conducta, al igual que la familia; influyendo ambos en el establecimiento de aspiraciones y proyectos vitales del futuro adulto. Lo que debe cuidarse es la coherencia, complementación y reforzamiento de esas influencias educativas de ambos factores, porque de entrar en contradicción, el conflicto de influencias desmejoraría la estabilidad del proceso formativo personológico. Se requiere además de un personal especializado en los centros educacionales, vocacionalmente orientado a la labor de enseñanza, y un dinámico conocimiento del entorno familiar y comunitario que rodea a los educandos, potenciando a la vez su formación cívica.

En tal sentido, las instituciones socio-educativas, deben valorar el potencial preventivo que existe en la relación niño-animal. A través de ella pueden aprender a manifestar sus sentimientos, reconocer el valor de la vida y experimentar el sentimiento de empatía hacia el prójimo, en cualquier forma física que adopte.
Debe verse la enseñanza y el respeto a la naturaleza como una lección de vida, y una estrategia eficaz puede ser incluir a los animales dentro de las terapias asistidas para niños víctimas de violencia intrafamiliar. Esto, dirigido por especialistas experimentados, puede ayudar a los menores que han sufrido traumas emocionales, o con problemas de conducta, a superarlos, permitiéndoles asimilar una nueva escala de valores que les resultara beneficiosa.

La puesta en práctica de los llamados programas de educación humanitaria es una opción viable en este marco, y en los que Venezuela ha tenido muy buenos resultados. Se trata de estrategias pedagógicas diferenciadas a la educación ambiental, pues esta última se centra en el impacto del ser humano sobre el medio ambiente, mientras que aquella implica el ejercicio de valores de convivencia, tomando como punto de partida el respeto hacia todas las formas de vida (Luque & Álvarez, 2014). Es una disciplina que integra otros valores que debería fomentar la educación formal, tales como la justicia social y ciudadanía, asuntos ambientales y el bienestar de los animales.

Su finalidad va dirigida a enseñar a niños y adultos el reconocimiento de sus acciones potencialmente dañinas. Ayudan a desarrollar el sentido de la responsabilidad y la preocupación por los demás, encontrando en la empatía las raíces de un comportamiento social responsable y aceptable.

En todo momento debe hacerse énfasis en que la detección, prevención y tratamiento de la violencia hacia los animales es un acto de humanidad en sí mismo. Los animales se encuentran, en relación al ser humano, en un nivel de inferioridad en la evolución, lo que nos convierte en responsables de su bienestar. Si se quiere combatir la violencia, una parte de la lucha debe necesariamente dirigirse a eliminar el maltrato a otras especies.

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